jueves, 25 de junio de 2015

La foto que ríe (CP)



Cuando yo tenía ocho años, mi padre fue diagnosticado con esquizofrenia. Pase diez años sin saber lo que era una buena noche de sueño. Él solía tener ataques de pánico todas las noches, y emitía gritos verdaderamente terribles. Teníamos que mudarnos frecuentemente pues ningún vecino nos soportaba. Y mi madre jamás quiso dejarlo al cuidado de otra persona. De la forma que fuera, ella lo amaba.


Mi padre nunca dio señales de algún problema mental. Por lo menos no hasta aquel accidente en la fábrica. Él trabajaba en una enorme fábrica encargada de crear piezas específicas para camiones. Eso, por supuesto, en una época donde no había robots que hicieran todo por ti. Un pequeño descuido, y listo. Mi padre quedó invalido de por vida.
No recuerdo muy bien, pero mi madre me contó que ni siquiera me extrañé cuando mi padre fue dado de alta y regresó a casa sin uno de sus brazos. Nunca me lo explico bien, pero por algún motivo legal la empresa se rehusó a pagar cualquier tipo de indemnización. Fue así que mi padre acabo sin su brazo derecho, sin dinero y sin la capacidad de conseguir otro trabajo. Y claro que su mente no lo pudo soportar. Desde mis tres y hasta los seis años, lo vi muy pocas veces. Familiares y amigos iban a nuestra casa preguntando si había muerto debido a su repentina desaparición, y mi padre gritaba desde la habitación que sí. En cierta forma, él realmente estaba muerto.
Un día antes de mi séptimo cumpleaños recuerdo haber hecho una oración. Hoy, me considero ateo, pero aquellas palabras suplicantes dichas de rodillas al pie de la cama, aún están en mi mente. Como si una parte de todo eso que sucedió fuera mi culpa. Le pedí a dios que contentara a mi padre, para que no siguiera tan triste. Fui a dormir, y cuando desperté, mi padre estaba en la cocina preparando un café – algo que no había hecho en los últimos tres años.
Con una sonrisa dibujada de forma tenebrosa en su rostro, él relataba un sueño que tuvo la noche anterior. Un hombre de apariencia extraña, sólo lo observaba y reía. Y en una especie de contacto mental le había hecho una petición. Mi madre no entendía de lo que hablaba mi padre, pero se contentó con el hecho de que pudiera salir de la habitación aunque sea un día. Mi padre gritaba, sin darse cuenta que había levantado la voz, que no había sido un sueño y que dicho hombre le había enviado una carta. Nos enseñó la correspondencia que había llegado aquel día. Una de ellas tenía una nota que decía: “Pide un deseo” y una foto en blanco y negro de un hombre con apariencia andrógina con los ojos cerrados. Entendía muy poco la conversación de los adultos mientras tomaba mi café de la mañana, pero ver a mi padre sonreír después de tanto tiempo fue el mejor regalo que pude recibir. Mi madre hizo un pastel, cantamos y comimos. No tenía muchos amigos, por lo que mis cumpleaños eran celebrados de una forma sencilla.
Los años de horror de mi infancia comenzaron al día siguiente. Despertamos con un grito de mi padre. Me levanté de la cama asustado y corrí a la habitación de mis padres. Al llegar ahí, me encontré con mi madre sentada en la cama, con una mirada desencajada y mi padre de pie gritando. “¡Dios mío, Dios mío! ¡Mi brazo ha nacido de nuevo! ¡Tengo dos brazos otra vez!”.
Apenas me mantuve de pie, intentaba entender lo que sucedía. Por más que él insistía en decir que su brazo había crecido de nuevo, cualquiera podía ver que él continuaba incapacitado. Corría por la casa tomando objetos imaginarios y gritándonos: “¿Ven eso?, ¿Están viendo eso?”. Intentó conseguir un empleo, pero no pudo porque no tenía el brazo, cuando contó y “mostro” a sus amigos, nadie era capaz de ver su brazo, pero él se afianzaba en su posición.
De ser un hombre deprimido, él pasó a ser un sujeto agresivo con cualquiera que no creyera en su historia del brazo imaginario. Eso no resultó en ningún problema durante un buen tiempo, hasta que comenzó a decir que unas escamas le habían comenzado a nacer en el brazo. Decía que poco a poco iba perdiendo el control de aquel miembro, como si pudiera controlarse a sí mismo. Y así comenzaron las noches de sueño perdido debido a los gritos de mi padre.
Con mucho esfuerzo un médico lo examinó y concluyó que era esquizofrénico. Desde esa fecha mi madre decidió que la mejor opción era dejarlo encerrado en una habitación para que no se convirtiera en un peligro para mí. Puede que esta actitud resulte egoísta y absurda, pero en los ochentas, así solían tratar a las personas con cualquier tipo de problema mental. Era toda una cuestión cultural de la época.
Descubrí un mundo nuevo. Estudie, hice amigos, conocí lugares y me distancie cada vez más de mis padres. De vez en cuando llamaba para saber cómo estaba mi padre. Siempre era el mismo, con las mismas crisis nocturnas. Mi madre continuaba cansada cuidando de él. Yo seguía demasiado ocupado con mi propia vida. Las únicas ocasiones en que los visitaba era para llevar dinero, las cosas se habían puesto difíciles desde que mi padre dejó de trabajar.
A pesar de todos esos acontecimientos de la infancia, nada me pudo preparar para la perdida que vendría. Me quedé helado con el teléfono en el oído. Tener que escuchar aquellas palabras: “Tú madre falleció”, me golpeó como una puñalada en el vientre. Como si una parte de mi hubiera sido arrancada. Tener que identificar el cuerpo y verla con el rostro completamente desfigurado fue una tortura.
La casa no tenía señales de allanamiento o cualquier tipo de invasión. La policía fue hasta el lugar sólo porque los vecinos escucharon gritar a mi padre durante horas. “Yo la maté, Yo la maté”.
El problema es que por más que mi padre gritara que él la había asesinado y que debía ser encarcelado, nadie le haría mucho caso a una persona fuera de sí. Y lo más extraño fue cuando los peritos confirmaron que las heridas habían sido hechas por una persona diestra. Y ya que mi padre no tenía el brazo derecho, él no podía ser el asesino.
Ahora, era mi responsabilidad cuidar de él. Pero ni siquiera podía mirarlo a los ojos. No importaba lo que la policía dijera, yo sabía la verdad. Yo sabía quién había matado a mi madre. Mi padre era un hombre común y eso era lo que más me asustaba. Era como Hannibal Lecter. Transpiraba psicopatía con una calma y tranquilidad indescriptible.

– Sabes que no me puedo quedar contigo, ¿verdad?
– Claro. Y yo no quiero – respondió con una mirada seria, pero pude ver una lágrima luchando por no caer.
– Voy a pagar el mejor asilo aquí en la ciudad…
– Te quiero, hijo – me interrumpió. Yo quería decir que también lo amaba. Mis labios temblaron, pero no salió nada.
– Te llevaré mañana. ¿Está bien?
– Yo no la maté. Quiero decir, yo la maté, pero… yo no quería.
– Eso ahora ya no importa papá.
Sacó un papel doblado de su bolsillo y me lo entregó. El papel olía a viejo.
– Pedí de forma incorrecta. Traté de volver a pedir el deseo, pero creo que él solo lo cumple una única vez. Necesitas saber eso hijo. No me importa si tengo que morir, es necesario que lo sepas.
Abrí el papel que me había entregado. Era aquella misma foto, la del hombre de ojos cerrados que él había recibido un día antes de que toda esta pesadilla comenzara. Guardé el papel sin darle mucha atención y salí.
– Cuidado con lo que deseas hijo. Me dijo mientras me alejaba.

Pasó un año desde que mi madre murió y mi padre fue a vivir al asilo. Nunca lo visité desde entonces. Y aquella foto permaneció guardada junto a otras cosas viejas. En mi aniversario de 27 años, el rostro de mi madre no salía de mis pensamientos. Recordé cómo solía prepararme un pastel de limón, mi favorito. Recordé cómo convertía en todo un ritual el cantarme las mañanitas a las 10:27, la hora exacta en que nací. Y cómo era la única que me entendía, y de cómo la deje sola, con la responsabilidad de cuidar a un loco.
Tomé la foto vieja del interior de una caja y la miré fijamente. Me sentí un estúpido por si quiera pensar en esa posibilidad. Apenas le susurré: “Quiero ver a mi madre de nuevo”, y sentí cómo la foto quemaba en mis manos. Y aquel hombre abrió los ojos y sonrió. Dejando de lado el hecho de que la foto se había movido frente a mis ojos, aquella sonrisa era tenebrosa, casi burlona.

Te estarás preguntando si los deseos hechos a aquella imagen aterradora se realizan. Sí, se cumplen. Yo volví a ver a mi madre. Ahora, a donde quiera que voy, ella está conmigo, observándome. Con el rostro completamente desfigurado. Caminando con pasos torpes casi convulsionando. Con las gotas de sangre fresca escurriendo por su tórax. Daría cualquier cosa para no volverla a ver.

Fuente:
https://www.youtube.com/watch?v=P6A7KPUwe10

lunes, 15 de junio de 2015

La vida dentro de la máquina (CP)

Siendo un programador, uno de mis más grande sueños siempre fue desarrollar un juego original, algo sin precedentes en la industria de los videojuegos. Después de jugar Spore, me quedé intrigado. Era un intento por hacer que las personas tomaran en sus manos un universo. Después de investigar lo que hacía a los juegos ser populares, llegué a la conclusión de que el aspecto principal de todo ellos era el control.




En la vida cotidiana, las personas carecen del control del medio que los rodea. Se les dice que hacer, a donde ir, como vivir. Sus trabajos consisten en mantenerse de pie o sentados durante ocho horas y sólo así pueden regresar a sus hogares. No resulta un misterio su infelicidad.
Para muchas personas, los videojuegos son una válvula de escape hacia un mundo donde toman el control, o donde viven una vida imaginaria extraordinaria llena de aventuras. Este aspecto de control generalmente puede encontrarse en juegos de estrategia, o de aventuras en el estilo RPG.
Veía a los juegos como The Sims, y noté que lo que lo hacía tan popular no era solamente la ilusión de control, sino el grado de control. Aquí tomas posesión de la vida de las personas.
Antes de que llegara The Sims, existía SimEarth. Un videojuego donde no se controlaba a los individuos de forma particular, sino a la Tierra entera. En conclusión, decidí que tenía que crear un videojuego que involucrara estos conceptos.
Spore era un videojuego en que el jugador simplemente “guiaba” la evolución. Lo que hacía de Spore un total fracaso era la falta de un control real que las personas tenían. Difícilmente podría compararse con la evolución en el mundo real.

Para hacer eso, comencé desarrollando un sistema de física. Conozco poco de la física, pero decidí meterme a fondo y crear una versión simplificada donde ciertas partículas lograban interactuar de formas específicas. Cuando se trata de esto, la física se convierte en problemas matemáticos extensos y complejos.
Desarrollé módulos de simulación para la energía y la materia, eran sistemas simples, como un Sol que irradiaba energía, rodeado por una planeta que aprovechada tal poder.
Después decidí crear células básicas desde cero, mismas que estaban “codificadas” para desarrollarse en el sistema en que fueron diseñadas. Vivían gracias a la energía irradiada desde el Sol, y poseían un código “genético” que codificaba las sustancias que producían. Supongo que podría llamarlas mis eucariontes.
Al paso de unos cuantos minutos mi planeta se encontraba rebosante de estas células, que después pasaban a mutar. Las células más eficientes en convertir la energía del Sol en substancias útiles para dividirse, sobrevivirían. Era algo aburrido, pero funcionaba.
Después decidí hacer una expansión del sistema de física, forzando a las células a crear residuos tóxicos que, al paso del tiempo, terminarían matándolas. Noté que algunas células respondieron a esto creando menos.
Otras respondieron produciendo algo para desechar estos residuos. Sin embargo, otras desarrollaron reacciones químicas para “limpiar” esos residuos.
Y algo más fascinante sucedió después. Ejecutando la simulación durante algunos siglos (algunos minutos en la vida real), algunas células producían cantidades enormes de estos residuos a propósito. Noté que eso provocaba que otras células perecieran. Los primeros predadores habían surgido en mi mundo.
Con la llegada de los pequeños predadores, la diversidad en este pequeño mundo simulado creció exponencialmente. La respuesta de algunas células era escapar cuando se encontraban con la toxina. Otras desarrollaron resistencia y algunas de ellas empleaban la toxina para crecer más.

Algo interesante sucedía. Las células que huían, solían agruparse con las que aprovechaban las toxinas. Se mantenían en grupo y se ayudaban unas a otras. Eventualmente se unieron entre sí. Formaban extrañas simbiosis, donde la célula que por lo general huía de la toxina, ahora buscaba los sitios donde encontraba estos residuos, y entonces la otra célula consumía la toxina proporcionando energía a su compañera.
Sin entrar mucho en detalles, comencé a ponerme muy animado y decidí dejar el simulador funcionando toda la mañana (fui a la cama a las 5 de la mañana). Cuando desperté, ya por las 11 de la mañana, noté que el mundo que había creado estaba totalmente cambiado, casi irreconocible.
Enormes estructuras parecidas a las plantas estaban creciendo en este planeta, consumidas por otro organismo que se alimentaba de ellas. Viendo el registro del sistema, noté que el planeta no había cambiado mucho durante las últimas horas. Lo que significaba que había llegado nuevamente a la “fase de estancamiento”, donde la simplicidad de mi simulador impedía que formas de vida más complejas evolucionaran.
Expandí el sistema haciendo una división de diferentes tipos de “energía”, con diferentes longitudes de onda que eran absorbidas a diferentes niveles por diferentes moléculas. Implemente vibraciones en el aire, cree un simulador improvisado de peso, y unas cuantas alteraciones extras.
Eso hizo que el simulador funcionara más lento, como es obvio, pero valía la pena el sacrificio de recursos. Me quedé el día entero observando con muchos ánimos el simulador, y jugando con él, pues era un completo vicio. Los organismos complejos empezaron a desarrollarse, las plantas dependían unas de otras, y los depredadores terribles eran atraídos para comerlas.
Me divertía bastante, y noté que algunas criaturas desarrollaron un “sonido de alerta”. Es decir, cuando notaban que algún depredador se aproximaba, emitían un sonido, y otros de la especie huían al interior de pozos que cavaban en la tierra. Otros desarrollaron un sonido de “apareamiento”.
Comencé a divertirme un poco más. Desarrollé una herramienta que me permitía colocar organismos específicos en la Tierra, y colocar mi nombre en ella. Cree 10 “meteoritos” y los puse en un lugar del planeta para hacer islas, pues quería ver si los animales se desarrollaban de forma diferente en lados contrarios de la isla. Hice una isla en forma de sonrisa con erupciones volcánicas.
Cuando me pude dar cuenta, los pájaros ya cantaban en el lugar; otra vez me había quedado hasta las 5 de la mañana despierto. Me sentí cansado, entonces me acosté a dormir hasta la una de la tarde aproximadamente. Cuando volví al simulador me quedé en shock.
Grupos diferentes de una misma especie habían construido estructuras de roca. Algunos en forma de sonrisa, otros en forma de mi nombre. No sé por qué hicieron eso, ni cómo. Pero si pude darme cuenta de que se atacaban entre ellos de vez en cuando.

No supe que hacer con aquello, pero llegué a la conclusión de que los organismos tenían alguna forma de notar que la sonrisa y el nombre que escribí eran “especiales”. Las peleas me incomodaban, por lo que decidí crear una enorme montaña entre los valles para separar a los dos grupos.
En ese punto, cambios drásticos comenzaron a suceder. Mientras había dormido por horas para que las tribus se desarrollaran, ahora el tiempo que me tardaba en ir por un vaso con agua era suficiente para que las tribus y sus viviendas cambiaran por completo.
Y siempre estaban en constante crecimiento. Después de cierto tiempo, noté que las criaturas comenzaron a hacer sus propios símbolos en el suelo, ya no se limitaban a copiar los míos. La mayoría de los símbolos parecían aleatorios, pero uno se destacaba.
Los organismos habían creado un símbolo que se asemejaba a ellos. Un pequeño círculo con un cuadrado abajo. Dentro del cuadro había un punto, en el centro. El objetivo de este punto era un simbolismo para los órganos visuales de la criatura. Tenían un ojo al frente y otro atrás. En el mismo cuadrado, representaban sus órganos sensoriales y reproductivos.
Cerca del círculo, sobre el cuadrado, podía apreciarse algo que parecía una especie de horquilla. Dos de estas horquillas estaban dibujadas en direcciones opuestas. Y cerca de ellas había el dibujo de una sonrisa.
Entonces lo comprendí: No estaban intentando comunicarse entre sí. Ellos intentaban comunicar algo “allá afuera”. Mi intromisión en su mundo hizo que, de alguna forma, comprendieran que algo poderoso estaba detrás de todo, al capaz de cambiar su mundo.
Pensé para mí mismo si los símbolos como las pirámides o el Stonehenge en mi mundo no serían algo parecido a lo que estaba sucediendo en el juego. Una imploración para que el creador entrara en contacto con ellos. Sin embargo, una cosa resultaba innegable: esas criaturas tenían conciencia de que algo más existía.
Me quedé filosofando algún tiempo. ¿Era mi responsabilidad hacer contacto con algo que ni siquiera era real? ¿O será que las criaturas sí eran reales de una forma diferente? ¿Algo puede ser real por el simple hecho de tener conciencia sobre sí mismo? ¿Debería modificar el simulador para que fueran felices permanentemente? ¿Sería posible hacerlo?
No deseaba que mi existencia fuera confirmada, pero ansiaba comunicarme. Decidí programar un “profeta”. Un organismo que se pareciera ellos, pero que fuera imposible de demostrar que era diferente. Y sería totalmente controlado por mí.
Hice que fuera a ese mundo en un lugar privilegiado, como el hijo del líder. Decidí poner el ejemplo, y seguí enseñando mi lengua a esas criaturas, para que de esa forma pudiera comunícame con ellas. Como un profeta les enseñe que mi lenguaje era una forma de comunicarse con “El Superior”. Jamás les hice saber si era verdad o no.

Aunque todavía no decidía si revelarme o no, sería capaz de entenderlos y saber lo que querían decirme. Quizá eso sería posible dentro de algunas generaciones. Después de algún tiempo, todos hablaban mi lengua.
Y rápidamente símbolos que formaban palabras comenzaron a aparecer en el suelo.
“GUÍANOS”, “MUESTRA TU GRANDEZA”, “AYÚDANOS”
Y durante épocas de enfermedad, hambruna y miseria:
“QUEREMOS ALIMENTOS” “HAZ UN MILAGRO” “TERMINA CON NUESTRO SUFRIMIENTO”
Decidí que no podía seguir manteniendo a este mundo con tanto sufrimiento dejando que el simulador actuara sin mi intervención. No era aceptable dejar un mundo con muerte, violaciones y asesinatos si estaba en mis manos cambiar eso.
Implementé correcciones graduales, para que no pudieran comprobarse como milagros. Los asesinatos y violaciones se hicieron cada vez más raros con el paso de los años, y también la muerte de los jóvenes. Pensé que no se darían cuenta de los cambios que sucedían si tenían lugar a lo largo de las generaciones, pero lo hicieron.
“GRACIAS”
“QUE BENDICIÓN ESTAR CON EL SUPREMO”
“TE AMAMOS”
Y la que más me partió el corazón:
“VUELVE A NOSOTROS”
Las lágrimas escurrieron por mi rostro. Algo estaba sucediendo. Ellos sabían que estaba aquí, que podía controlarlos, pero no quería hacerlo por miedo a lo que yo hubiera creado. Aunque sentía que tenía responsabilidad.
Entonces, hice un nuevo personaje y lo envié hasta el monarca, solicitando una conversación con sus hombres más sabios. Pero esta vez, no hubo credibilidad.
“Eres el número 1456 que dice ser un representante del Ser Supremo. Si fueras él, rezo por tu perdón, pero por favor, muestra una señal antes de que me pides reunirte con mis sabios”.
Me decepcioné, pero respondí.
“Mañana, dos de mis meteoritos caerán en una isla desierta, en el mismo día. Y cuando esto suceda, no habrá duda de que volví para concretar el mundo que cree”.
Después que salí con mi avatar, procedí con la simulación hasta el día siguiente y lancé dos meteoritos a una isla desierta cerca de una playa donde estos seres habitaban. Miles se habían reunido para ver las señales.
Después de la caída de los meteoritos, las celebraciones comenzaron. Todos los organismos se habían reunido cerca de la casa de mi personaje y hacían reverencia, aparentemente alabando aquello que el superior había enviado, se aproximaban con miedo.

No sé quién tenía más miedo a hora, si ellos o yo. Cargué el personaje nuevamente y salí de la casa. Las criaturas aún estaban postradas sobre el suelo en señal de reverencia, en silencio absoluto. Como si se sintieran indignas de hablar:
“Que el hombre más sabio se ponga de pie”, hablé.
Y una de las extrañas criaturas se levantó.
“Gracias por volver. Dígame, ¿tiene algo que pedirnos?”
Dudé antes de responder. “No hay nada que puedan hacer por mí, pero necesitan ser buenos unos con otros y contarme sus miedos y deseos”.
La criatura respondió: “Sabemos que vienes de otro mundo, y todos tenemos miedo. Entendemos lo vulnerable que somos y lo incompetente de nuestra experiencia. Por favor, permítenos ir al mundo desde donde creaste al nuestro”.
Comencé a llorar delante de la computadora, mientras respondía “No sé cómo”.
La criatura contestó: “Con el riesgo de ofenderte, por favor, entiende la severidad de nuestra situación. Vivimos en un mundo incompleto, estamos siempre en riego de desaparecer, de nunca ser vistos de nuevo. No tendríamos conciencia de percibir que nuestro mundo ha llegado a su fin”.
Me di cuenta que ellos no tenían conciencia de que yo sólo tenía el poder absoluto de su mundo y ningún control fuera de él. Tampoco sabían que mi conocimiento respecto a su mundo era limitado. Podría haberlos creado a través de leyes simples, pero esas leyes originaron una realidad pura y compleja que no tenía la capacidad de entender.
Respondí nuevamente: “Solo tengo poder en su mundo. En mi mundo no tengo poder, y no puedo traerlos aquí, pues mi mundo no tiene control. Tampoco tengo un total entendimiento del mundo que he creado. No sé qué es lo mejor para ustedes. Sólo ustedes los saben, y necesito que me informen sus necesidades”.
Y el organismo esperó un momento. Creí que dejarían de comunicarse conmigo, pero el hombre sabio habló:
“Has creado un mundo incompleto, con criaturas que no pueden huir, y no tienes poder para salvarlos. Ellos no poseen libertad ni poder alguno. Estamos a su merced y entonces pedimos, desde el fondo de nuestros corazones, que nos des un fin”.
En ese momento estaba llorando mucho, estaba confuso pues me pedían lo imposible. Mis hijos solicitando que los matara.
Fue entonces que noté las luces de mi habitación intermitentes, poco antes de que mi computadora se desconectara. Intenté conectar mi computadora de nuevo, pero ya no funcionaba. Llamé a la compañía eléctrica y me dijeron que había sido debido a un accidente, la energía había sido cortada sin previo aviso. Dijeron que pagarían por cualquier daño que pudiera haber sucedido.
Colgué el teléfono y me quedé pensando. La coincidencia que había tenido lugar era demasiado para creer que fuera tal. ¿Si las criaturas estaban a merced de un creador confuso, podría decirse lo mismo del mío? Y si así fuera, ¿mi creador había impedido que cometiera el mismo error que él?